Parece ser un lugar común considerar "Cien Años de Soledad", de Gabriel García Márquez (libro recientemente editado), como una obra maestra. Este hecho me parece absolutamente ridículo. Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados -a veces con espléndida maestría- por un guionista: tienen todos los "tics" demagógicos destinados al éxito espectacular.
El autor -mucho más inteligente que sus críticos- parece saberlo muy bien: "No se le había ocurrido hasta entonces -dice él en la única consideración metalinguística de su novela- pensar en la literatura como en el único juego que se había inventado para burlarse de la gente..." Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos. Pero le faltan las cualidades de la gran mistificación, las cualidades que posee, para dar un ejemplo, Borges (o en menor escala Tomasi di Lampedusa, si "Cien Años de Soledad" recuerda un poco al "Gattopardo", aún en los equívocos que ha despertado en el pantano del mundo que decreta los éxitos literarios).
Los críticos literarios deben tomar nota de un nuevo "género" o técnica, que ya pertenece históricamente a la literatura: el guión cinematográfico, y también el denominado "tratamiento". En el guión y el tratamiento, el autor tiene conciencia de que su obra no es literaria ya que se trata de estructuras provisionalmente linguísticas, que en realidad "quieren" ser otras estructuras: estructuras, puntualmente, cinematográficas. El autor de un guión o de un tratamiento es tanto más hábil literato cuanto más consigue obtener la colaboración del lector en la visualización de lo que está escrito provisionalmente. El asumir tal provisionalidad (esa voluntad de la estructura de ser "otra estructura") forma parte de la técnica literaria del guionista y, potencialmente, de su estilo.
Sin embargo, la mayor parte de los guiones y de los tratamientos son pésima literatura -como es el caso de este libro-. Literatura indigna. ¿Por qué?
El primer acto del escritor de guiones consiste en identificar al lector con el productor. El que debe colaborar con el autor en la "transformación" de la estructura linguística en estructura cinematográfica, es justamente el que paga. El destinatario de la obra es, una vez más, el patrón. Ahora bien: la mayoría de los escritores cinematográficos provienen de una élite cultural: son entonces personas que tienen la obligación, diría social, de considerar al patrón un idiota, un semianalfabeto, un hombre despreciable. Pero al mismo tiempo, deben hacer que su obra le guste. Y en el momento en que el guionista identifica al productor con un destinatario "idiota, semianalfabeto y despreciable", tiene un solo modo de convencerlo: la degradación de su propia obra. Entonces, la inocente captatio benevolantiae que todo autor, en distintas medidas, utiliza para obtener la colaboración del lector, termina convirtiéndose en una operación inmoral, que envuelve al autor en la degradación por él planificada con bajeza.
La colaboración del autor con el lector-productor, tiene por lo tanto los carácteres de una abyecta complicidad: tiende a hacer de él un compañero y cómplice, degradándose a su supuesto nivel de estúpido, vulgar, conformista, cínico conocimiento de las cosas humanas..
En: Pier Paolo Pasolini, Gabriel García Márquez: un escritor indigno, revista Tempo, 22 de julio de 1973, traducción de Roberto Raschella.
Puedes leer aquí todas las entradas anteriores de Troyas Literarias, un blog de escritores contra escritores.