Nada tan triste y negativo como la entrevista de Abel Posse con Jorge Luis Borges que publica El País del 26 de agosto. ¿Cómo es posible que se tenga por erudito a un escritor que no cita a otros autores españoles que los que pueden haber llegado a oídos de un estudiante francés o alemán de catorce años? Su visión de la literatura española no es simplemente negativa: es un producto de la falta absoluta de formación humanista, de una incultura radical que se disimula -y, por lo que se ve, con éxito- mediante un baño de esoterismo y un indudable ingenio literario. Por otra parte, resulta desvergonzado que niegue su fascismo y hasta se atreva a decir que fue a recibir una condecoración de manos de Pinochet porque se la concedía el pueblo chileno. ¿El pueblo chileno, víctima de la dictadura de ese mismo Pinochet? Lo que sucede es que a Borges, que tiene algo de cura y hetaira en su carácter, le gusta como a los clérigos y a las cortesanas, el poder. No hay más que leer, en Fervor de Buenos Aires, su poesía "Rosas", en la que trata con evidente simpatía la figura de aquel tirano. Con las palabras que Borges escribe se podría, de ser justas, justificar a cualquier dictador. Por si fuera poco, en la nota a esta poesía se declara unitarista, "un salvaje unitario", dice, y aclara que el fin de la composición es "la justificación de Rosas o de cualquier déspota disponible". Y, por si fuera poco lo lamentable de la entrevista, todavía le hace la rueda a la Academia Sueca, pues el carcamal no se resigna a no recibir el Nobel.
En: Ángel Crespo, Los trabajos del espíritu, Seix Barral, Barcelona, 1999, págs. 332 y 333
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