Voltaire fue el primer literato que erigió su incompetencia en procedimiento, en método. Antes de él, el escritor, bastante dichoso de estar apartado de los acontecimientos, era más modesto: ejerciendo su oficio en un sector limitado, seguía su camino y se atenía a él. Nada periodístico, se interesaba, a lo sumo, en el aspecto anecdótico de ciertas soledades: su indiscreción era ineficaz.
Con nuestro fanfarrón, las cosas cambian. Ninguno de los temas que intrigaban a su tiempo escapó a su sarcasmo, a su semi-ciencia, a su necesidad de tremolina, a su universal vulgaridad. Todo era impuro en él, salvo su estilo… Profundamente superficial, sin ninguna sensibilidad para lo intrínseco, para el interés que una realidad presenta en sí misma, inauguró en las letras el cotilleo ideológico. Su manía de parlotear, de adoctrinar, su sabiduría de portera, debían hacer de él el prototipo, el modelo de literato. Como lo ha dicho todo sobre sí mismo y ha explotado hasta el límite los recursos de su naturaleza, ya no nos turba: le leemos y pasamos de largo. Por el contrario, sentimos que un Pascal no lo ha dicho todo sobre sí mismo: incluso cuando nos irrita, nunca es para nosotros un simple autor.
En: Emlie Cioran, La tentación de existir, Santillana, Madrid, 2000, págs. 90 y 91 .
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