Al artículo del escritor colombiano Gabriel García Márquez publicado en EL PAIS el 19 de enero [de 1983] no quiero, no puedo, como cubano, echarlo donde se merece y olvidarlo. Esta no es mi carta, pero es mi respuesta. Fue Martí, el Marx más a mano en Cuba ahora, quien dijo que contemplar un crimen en silencio es cometerlo. Esta vez, al revés de otras veces, no me voy a callar ante esta última manifestación del delirio totalitario, inducido sabe Freud por qué aberración del ser contemporáneo.
(...) No es verdad que García Márquez pudiera entrar a Estados Unidos sólo al vestir el disfraz panameño, civil o militar. El escritor de La hojarasca, que ahora tiene generales de quién escribir, abandonó Nueva York en abril de 1961 con más prisa que dejó Bogotá la última vez, y, de paso, desertó de las oficinas de la agencia Prensa Latina, que dirigía. Lo hizo al revés que su admirado Hemingway: sin gracia y sin presión, nada más conocer que había ocurrido el desembarco contrarrevolucionario en Bahía de Cochinos, en Cuba, al que dio por triunfador en seguida. ¿Es necesario recordar que La Habana está a miles de kilómetros de Nueva York? Su corazón tendría sus razones, pero los que conocemos su biografía verdadera sabemos que esta noticia (revelación para muchos) es facta non verba. García Márquez volvió a Estados Unidos (de hecho, a la misma Nueva York que había dejado detrás como una mala hora) exactamente diez años después, en 1971, a recibir el grado de doctor honoris causa de la muy americana (y capitalista) Universidad de Columbia. Para los que aman las analogías, puedo decir que este homenaje es como si la Universidad de Kiev le hubiera conferido igual honor a Jorge Luis Borges.
(...) Lo que sí me parece lamentable y me concierne es que cientos de miles de cubanos no puedan regresar a su país, como hará el exiliado autor de Cien años de soledad, ni el próximo mes ni nunca mientras viva Castro. Saben que no serán recibidos en exclusivas limusinas negras ni acogidos en palacetes reservados "para jefes de Estado de países amigos". Serán, si son escritores extraviados, pateados dentro de una de las muchas cárceles castristas, atiborradas no con escritores comunistas ni de invitantes compañeros de viaje, que beben "buen vino tinto español", pero, internacionalistas que son, capaces todavía de "consumir seis botellas de whisky" (¡en medio día!) sino de seres humanos, escritores o no, que apenas tienen qué comer ni qué vestir.
(...) Los escritores en exilio verdadero, no en fugas tan calculadas como las de Bach, ni tan sonoras, se llaman Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Carlos Franqui, Juan Arcocha, Carlos Alberto Montaner, Antonio Benítez Rojo, Lydia Cabrera, Labrador Ruiz, Carlos Ripoll, José Triana, César Leante, Eduardo Manet, Severo Sarduy... -pero, ¿para qué seguir haciendo listas? Ya se sabe que Cuba sola ha producido más exiliados en el último cuarto de siglo que todos los demás países americanos juntos-, y, siendo escritores, sin la posibilidad de regresar jamás a su país, como lo hará García Márquez cuando quiera. ¿Es marzo un mes propicio al viaje?
Algunos lectores españoles, capaces tal vez de recordar una dictadura totalitaria y poetas fusilados o muertos en la cárcel y escritores presos y censura total y toda una valiosa generación condenada al exilio y aniquilada por el tiempo y el olvido, leerían el artículo de García Márquez con repugnancia genuina ante el arribismo político más grosero y su sicofancia ante los poderosos, todo lleno, sin embargo, de un irresistible color local, tan atrayente y exótico como el colorido del peje piloto, ese pez del Caribe que nada grácil entre tiburones, a los que sirve de guía y de señuelo engañoso.
En: Guillermo Cabrera Infante, Nuestro prohombre en La Habana, El País, 3 de febrero de 1983.
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