He leído las primeras lettres d'un voyageur [Cartas de un viajero]: como todo lo que desciende de Rousseau, falsas, afectadas, un fuelle, exageradas. Yo no soporto ese multicolor estilo de papel pintado; tampoco la ambición plebeya de tener sentimientos generosos. Lo peor, ciertamente, continúa siendo la coquetería femenina expresada con unos modales masculinos, con unos modales de jóvenes ineducados. - ¡Qué fría tiene que haber sido, con todo, esta artista insoportable! Se daba cuerda como un reloj - y escribía... ¡Fría como Hugo, como Balzac, como todos los románticos, en cuanto se ponían a hacer poesía! ¡Y qué complacida de sí misma habrá estado tumbada al hacerlo, esa fecunda vaca de escribir, que tenía en sí algo alemán en el mal sentido de la palabra, lo mismo que también Rousseau, su maestro, y que, en todo caso, sólo fue posible al decaer el gusto francés! - Pero Renan la venera...


En: Friederich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 1979, pág. 89. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.



Puedes leer aquí todas las entradas anteriores de Troyas Literarias, un blog de escritores contra escritores.